25 mayo, 2009


Yo había intentado un ascenso, un refugio de alta montaña cada vez que había sentido dolor, porque esa montaña era invulnerable; cada vez que la basura ya era insoportable, porque esa montaña era límpida; cada vez que la fugacidad del tiempo me atormentaba, porque en aquella altura reinaba la eternidad. Pero el rumor de los hombres había terminado siempre por alcanzarme, se colaba por los intersticios y subía desde mi propio interior. Porque el mundo no sólo está afuera sino en lo más recóndito de nuestro corazón. Y tarde o temprano aquella alta montaña incorruptible concluye pareciéndonos un triste simulacro, una huida, porque el mundo del que somos responsables es éste de aquí: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha, pero también el único que nos da la plenitud de la existencia, esta sangre, este fuego, este amor, esta espera de la muerte. El único que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el roce de la mano que amamos.
(La Resistencia, Ernesto Sabato)

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